domingo, 19 de abril de 2009

El “boom” de los nazarenos

19 abril 2009


El pasado Viernes Santo (10 de abril de 2009) se desbordó en el país y en América Latina un fenómeno casi antiguo, las escenificaciones del Calvario, con los protagonistas básicos: los muchísimos que, por un número variado de razones, emprenden la imitación de Cristo en la cruz (el lema podría ser: “El que no fuere varón de dolores, experimentado en quebrantos, no entrará al reino de los cielos”).

Lo más estrepitoso, quien les compite, es la representación en Iztapalapa: 2 millones de asistentes, según la policía del DF. Allí se precipitó un alud de nazarenos, creyentes, curiosos, fuerzas de seguridad, sociólogos en ciernes (sinónimo de maestros de sociología), sicólogos sociales (sinónimo en esta ocasión de coleccionistas de pistas que desembocan en el punto de partida), periodistas, cronistas con iPod, actores que ensayan las posturas salomónicas del inevitable Poncio Pilatos (“¿A qué mitad del niño queréis que suelte?”) y los gestos del centurión que le corta la oreja a Pedro (¿O fue la nariz? ¿O habrá sido la mano? ¡Consulta Google, Enrique! ¿Qué le cortó el centurión a San Pedro?”).

¿Cuál es el mensaje de tantos “crucificados”, de tantos amarrados sin rigor a maderos, de tantos intérpretes que ante las cámaras fotográficas improvisan el dolor y se abisman en la incomodidad? La reflexión de los nazarenos, esos émulos del Hijo del Hombre, podría ser la siguiente: “Nuestros sufrimientos son el único grupo de presión de que disponemos, nosotros nos movilizamos política o moralmente al extender los brazos y juntar las piernas, y quedar así durante unas cuantas horas. ¿Por qué lo hacemos? Por lo obvio, queremos llamar la atención y ya se sabe: para ser protagónico en estos días hay nomás dos rutinas: ganar méritos con Dios o vacacionar con estilo, y nosotros los nazarenos hemos elegido la tercera vía: hacerla en los atrios, las calles, las plazas, las prisiones. Dénse un quemón con nuestros padecimientos, mirones”.

(El Viernes Santo se registraron en el estado de México 289 representaciones de la muerte de Cristo y 226 representaciones religiosas.)

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Obsérvese algo del flujo de la Pasión: 18 profesores de la CNTE en Morelia se crucifican ante el Palacio de Gobierno para exigirle lo retenido desde hace seis meses: el pago de los salarios de 5 mil maestros. Algunos de los disidentes, como Antonio Ortiz Hernández, dirigente estatal de la CNTE, se extraen sangre que usan para atacar al gobierno y al SNTE de Elba Esther Gordillo.

A las dos de la tarde los profesores, cerca de la entrada de Catedral, instalan las cruces. Afirmó Ortiz Hurtado: “Estamos valorando otras medidas, porque se tiene que tener conciencia de lo que implica no tener salario por más de seis meses. La nuestra es un protesta pacífica como lo hizo Cristo en su tiempo o Gandhi”.

Luego discuten con los representantes del arzobispado de Morelia, que piden el retiro de las cruces que obstaculizan las ceremonias religiosas. Los profesores aceptan la solicitud y al concluir la Procesión del Silencio reanudan su sembradío de cruces (En La Jornada, 11 de abril de 2009, nota de Ernesto Martínez Elorriaga).

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En Iztapalapa (edición 186), la figura de Cristo es legión. Con las cruces sobre los hombros que los han distinguido siempre de los fariseos, los centuriones, los saduceos y los meros policías de los ocho barrios, los nazarenos hacen suya la atroz penitencia del Mesías para que ya nadie les eche en cara que son creyentes desmemoriados como la mayoría de los mexicanos, ya desentendidos del significado de los días en que se fundó el Vaticano. No, eso a los seguidores del Viernes Santo no les pasa, ellos sí lo recuerdan con detalle porque Iztapalapa es la nación de la memoria devocional, y cada familia contiene y ha contenido representantes de los gremios y las clases sociales y litúrgicas de Jerusalén, tales como los nazarenos, los ponciopilatos, los judíos en calidad de testigos, los cristos, los ladrones buenos y malos, los soldados romanos…

Aquí lo importante es la relación de cada persona con la cruz: cargarla es asumir que la fe es un esfuerzo físico, la fe que no fatiga ya es igualita a la indiferencia.

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La cruz, lo expresó muy bien Tomás Méndez, no pesa; lo que cala son los filos. Y en Tijuana, los migrantes expulsados de Estados Unidos comparan a Jesucristo con las víctimas del racismo y de la mala suerte (una sucursal del racismo), y afirman que más de 5 mil migrantes han muerto (el número anual no se determina, pero es muy alto, y en 10 años son bastante más de 5 mil). Otra vez el símbolo de la cristiandad ahorra discursos, tomas laboriosas de conciencia, debates, alegatos: “Si me trepan a la cruz es porque mi vida ha sido el suplicio continuo…”.

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En el Reclusorio Oriente de la ciudad de México, otra teatralización de la Pasión de Nuestro Señor, el hecho fundacional que cada año distancia al sufrimiento real de la felicidad ficticia. Si los reclusos buscan el perdón de sus pecados, algo para ellos tal vez más provechoso que el indulto, o si manejan sus culpas para convencer al gran y definitivo Ministerio Público de los cielos, nunca lo sabremos. En todo caso, si tal conocimiento llega, siempre nos dará vergüenza aceptarlo. En su oportunidad, en cualquiera de las escenificaciones de la ciudad de México o el estado de México la reflexión se dirige a localizar culpables de los pecados que desataron la crisis. Dios mío, ¿por qué me has abandonado en el desempleo?

Y la pregunta es circular: ¿cuál es el origen de la tradición: la culpa colectiva o la culpa personal, el nazareno colectivo que expía por cuenta de la responsabilidad de todos o la presión de la mala conciencia que se hace cargo de la cruz? Ante eso, ¿qué importa si alguno de los cristos se embrolla con el orden de las siete palabras? Basta con un manejo hábil de las circunstancias como el de aquel cristo de teatro comercial que hace unos años, al olvidarse en escena de las siete palabras, las reunió en una sola: “Padre, en tus manos encomiendo tu texto”.

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