miércoles, 29 de julio de 2009

¿Para eso querían el poder?

Por: CARLOS MONSIVÁIS

Un grupo de líderes del Partido Acción Nacional, a punto de celebrarse, o más bien dejarse de celebrar el bicentenario de la Independencia, descubre la autonomía. También ellos pueden ser independientes, también ellos pueden llamar a filas a su disidencia que, a pesar de ellos, existe. Y en este proceso lo que se transparenta es la ausencia de ideas, de un lado y de otro del conflicto, un desfile de carencias culturales e ideológicas que prueba lo que debería ser obvio: la educación de élite ha logrado deshacerse de su capacidad de enseñanza, por lo menos en lo relativo a su formación de líderes políticos. Se han educado para concentrar el mando y no les ha ido tan mal, si se toma en cuenta que han dependido de todo menos de una formación rigurosa y de un entendimiento esencial del país y del mundo. ¡Oh dioses, oh fábulas del tiempo, oh indiscreciones de la historia! Una élite que en el momento de enojarse y sublevarse no encuentra a mano sino el habla partidaria del PRI y del PRD. De estos dos partidos, también en ruinas en lo tocante a la articulación ideológica, el PRI ya en su mayoría proviene de esta forja de élites, a precio caro y bilingüe; el PRD en su mayoría aún proviene de la educación de masas, aunque los resultados en todos los casos, excepciones debidas, difamen a la enseñanza.

El proceso viene del siglo XIX. Al aprobarse la enseñanza laica, la derecha y la Iglesia católica deciden preservar una zona de exclusividad: la educación de las élites, en la que necesariamente lo religioso ha de garantizar la unión del compromiso ideológico con las ventajas sociales. En este medio, la lealtad a los rituales, no a las convicciones, es también certificado de clase. Todos pueden ser creyentes pero sólo algunos reciben al mismo tiempo la fe y las garantías de pertenecer a la cumbre, con todo y pirámides de indulgencias.

A los liberales esto no les importa en demasía porque en la segunda mitad del siglo XIX lo urgente es el acceso a la alfabetización, de uso tan restringido hasta entonces. "Gobernar es poblar", dice Alberdi en Argentina, y los liberales mexicanos podrían exclamar: "Educar es poblar"; porque, con expresiones distintas, están convencidos de algo esencial: el Estado tiene como punto de partida la construcción de la ética republicana. De allí la introducción a la Ley Orgánica de Instrucción Pública (2 de diciembre de 1867): "Considerando que difundir la ilustración en el pueblo es el medio más seguro y eficaz de moralizarlo y de establecer de una manera sólida la libertad y el respeto a la Constitución y a las leyes...".

Entre 1860 (Leyes de Reforma) y 1867 (Ley Orgánica de Instrucción Pública) han pasado demasiadas cosas: guerras civiles, intervenciones extranjeras, debilitamiento y desprestigio del clero, "saltos mentales" en la población. Los liberales ya están al tanto: los pobres requieren de la instrucción primaria gratuita y obligatoria. En una investigación de primer orden, Nacionalismo y educación en México (Colmex, 1975), Josefina Vázquez señala los pasos del proceso: la incorporación de las niñas, la necesidad de estudiar las leyes fundamentales del país, la autonomía de la moral. "Era necesario -explica Josefina Vázquez- seguir el viejo consejo del doctor Mora de aprovechar la niñez para formar nuevos hombres. Había que arrancar la educación de las garras del clero y difundir ampliamente la enseñanza".

Y Gabino Barreda, fundador de la Escuela de Estudios Preparatorios, sintetiza el proyecto: "No basta para uniformar esta conducta con que el Gobierno expida leyes que lo exijan... para que la conducta práctica sea, en cuanto cabe, suficientemente armónica con las necesidades reales de la sociedad, es preciso que haya un fondo común de verdades de que todos partamos".

Ese fondo común de verdades aprovecha la tradición (Roma no se deshizo en un día) y recurre a los nuevos conocimientos, a la sociología, a la filosofía. Se pone entre paréntesis a "las verdades reveladas" y se busca un corpus de verdades que vengan de la historia, la ciencia y la realidad (una selección de costumbres de la vida cotidiana).

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A principios del siglo XX la educación laica parece confinada a la ciudad de México, y al estallar la Revolución se prodigan condenas de los insurrectos, se maldice a la Constitución de 1917 (en especial al Artículo tercero), se declara a Plutarco Elías Calles el anticristo, y se prodigan mentiras, calumnias, necedades, tonterías. Y, de nuevo, las escuelas particulares son refugio del tradicionalismo.

En la sociedad, el clero busca el consenso en torno a un dogma: el que no es católico no es mexicano. Esto tiene más repercusiones de las previstas y, sin que se verbalice, acaba por creerse. La plena ciudadanía depende de la religión que públicamente se profese. La élite, todavía hasta 1967, juzga conveniente educarse en la UNAM, no confía en otros sistemas de conocimiento. Luego, el odio al radicalismo y la radicalización fortalecen los territorios a donde acuden los que, por clase y por sistema de poder, van a gobernar.

La crisis de valores tiene que ver en lo básico con el arrasamiento de los intereses colectivos en favor del individualismo más atroz. Ante eso no hay respuestas fáciles. ¿Qué lleva al estudiante de escuelas privadas o públicas a la adopción de valores "inaplicables" en la realidad? ¿Qué ofrece el ejercicio de la honradez y la honestidad en un medio regido por el capitalismo salvaje, y qué crédito darle al respeto por la naturaleza en medios guiados por la destrucción ecológica? El niño o la niña entran en conflicto al recibir educación religiosa en casa y educación laica en la escuela, entre otras cosas porque no reciben educación religiosa en casi ninguno de los hogares católicos. Según afirman varios obispos, las familias mexicanas, en su mayoría, dicen ser católicas pero en rigor profesan el "ateísmo funcional", o de otro modo no se explica la constante solicitud de una "nueva evangelización". Pero ese no es el tema, sino la estricta formación universitaria de las minorías, esa que ahora no se advierte en los debates de Acción Nacional, sostenidos en lo básico por el rezongo, la gana de no permitir que el maestro venda los gises y los pizarrones, y la incapacidad de expresar lo que creen porque todavía no lo han memorizado.

domingo, 19 de julio de 2009

Lo que se perdió para siempre

Carlos Monsiváis

19 de julio de 2009


La maquiladora del ingenio de los candidatos
—Te diré que cuando la conocí no daba un quinto por ella. Y la conocí desde hace mucho porque es mi hermana, y crecimos juntos, íbamos a las mismas escuelas, y por más que hice no pude ignorar sus limitaciones, las suficientes como para que sus novios me pidiesen siempre que los acompañase, para no quedarse a solas con ella y sus reflexiones. Así que me tomó de sorpresa saber del éxito de su empresa. Como que no me la creo todavía. Imagínate. Comenzó con un dinero que le prestó mi papá de su pensión (a riesgo de parecer parricida, te diré que no creo que la pensión de mi papá alcance para su forma de vida y sus carrazos y sus viajes, a menos que sea pensión de la Secretaría de Hacienda). Mi sister alquiló un despacho más bien modesto en el Centro Histórico, hazme favor, y allí esperó a los clientes que no llegaban. Y con razón. ¿Quién iba a ir al Centro a consultar su horóscopo político?

Hace seis meses, con la vista puesta en las elecciones de julio de 2009, mi hermana se mudó de look, contrató un modista exclusivo, y le dio otro sablazo a mi papá que, de nuevo, le prestó de su modesta pensión ya una cantidad maciza. El resultado: despacho en Polanco, tecnología para dialogar con el siglo XXII, muebles posmodernos, computadoras hasta en el elevador, lo que se te ocurra. Y con un cambio de giro: se olvidó del horóscopo político, y se concentró en la “arquitectura visual de los triunfadores”. Le dije: “Oye, no seas tan irresponsable. ¿Quién te contó que sabes algo de nada?”. Me miró feo y me respondió: “Tú métete en lo que te importa, que yo no digo nada de que siempre duermes solo”. Hirió mi orgullo y le dejé de hablar. A ella qué fregados le importa si a mí no me da la gana ligar.

Mi mamá me ha ido contando luego del asunto. Miriam se inventó lo de “arquitecta visual de los triunfadores”, porque se dio cuenta, o alguien le informó, de que los políticos, tan seguros que se ven, siempre traen en la mente su desempeño escolar y eso los tortura. Y requieren consejos, apoyo, estudios del perfil adecuado, selección del tinte para el cabello, renovación del lenguaje corporal (caminar como John Travolta en Hair), estilos de saludar (besar a la mamá como si llevara un niño a cuestas), manejo esbelto del frotadero de mejillas, lo habido y lo por haber. Y sin embargo, al principio Miriam tampoco la hizo, había demasiada competencia, necesitabas para persuadir del ceceo franquista, y te insisto, la oyes hablar y lo que menos le confías es el cuidado de tu osito Teddy.

¿Qué pasó entonces? ¿Cómo le hizo para ser la asesora cuya prosperidad terminó hace unos días? ¿En dónde encontró su mina de oro? En una cualidad que para mí era su peor defecto: es una boba irremediable, se ríe de todo, todo le hace gracia de veras, sin forzarse. Cuando éramos niños, mi papá dejó de contar chistes a la hora de la comida, porque mi sorella se reía tanto que a nadie le quedaban ganas de hablar. Un día fue a comer un cura bastante solemne y aburrido, que le decíamos el padre Letal, y contó una historia mortífera de un viaje suyo a Tierra Santa, y de cuando alquiló un borrico para revivir la experiencia del Maestro y entrar a Jerusalén aunque sin palmas. Mi hermana creyó que el relato era un chiste y se lo celebró a carcajadas. “¿Y quién iba encima?”, le preguntó. El cura no volvió a la casa, mi mamá no le habló a Miriam durante un año y nosotros tuvimos que soportar sus explicaciones: “En serio, creí que el padre Letal estaba echando relajo”.

Y le sirvió esa facilidad innata para localizar la gracia de los seres más pesados. Se dio cuenta de que si tomaba como inmensos chistoretes las frases de los políticos, éstos se sentían halagados y la seguían frecuentando. Y de pronto... ¡la inspiración! Que se modernizaran e hicieran del humor el eje de sus campañas. Que ensayaran con ella sus chistes para los programas de tele. ¡El exitazo! Lo que le dijeran le pareció macanudo, destornillante, superduper. Los políticos, estremecidos por sus carcajadas, se fascinaban, memorizaba sus propios chistes y contrataban con su despacho. Y por supuesto, la llevaban a todas partes, porque si su risa no arrastra las demás, por lo menos el ruido sigue en el lugar del mitin ya cuando no hay nadie.

Debo aceptar el hecho: mi hermana inspiró la catástrofe de la actual campaña. Convenció a sus clientes derechistas de sus dones naturales para el humor y el chiste y los tuvo haciendo sketches, tomando clases con los políticos en retirada que ahora trabajan en fiestas infantiles, bailando, imitando artistas. Y como les festejaba todo, los hipnotizaba y los persuadía a continuar por el rumbo de la comunicación corporal, gestual y humoral. Incluso los encuestólogos usaban risámetro para medir la popularidad. No lo dudo: ella sola es la mayor responsable del tono fúnebre de estos meses.

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Hay que admitirlo: a casi ningún político Dios le otorgó la facultad de hacer reír voluntariamente, lo que en la campaña de 2009 se hizo ver con demasía. En el Cinturón del Rosario, el granero electoral de la derecha, las tácticas de mi sister fueron funestas. Persuadió a sus entenados de campaña de darle un toque alivianado al aspecto, y les mostró encuestas de otros países. El resultado: el primer día de campaña, varios se presentaron en tanga, sin tener, por así decirlo, las disposiciones corporales objetivas (uno sí, pero estaba tan borracho porque quiso darse ánimos que salió al templete sin tanga, y ahí se le ausentaron las disposiciones objetivas). Y lo que sigue fue el acabose, mira que a estas alturas seguir con el numerito coreográfico de “Macarena”, nadie bailaba y uno de sus candidatos se resbaló, cayó fuera del templete y sigue con una fuerte conmoción cerebral. Ay, Macarena.

Los priístas los alentaron para que siguieran ese camino fúnebre. Los perredistas ni se enteraron porque el líder, un tal Ortega, se empeñó en llevarse el partido enterito a su casa para que no lo fueran a despojar del mando. Y en las zonas donde el conservadurismo había triunfado, no entendieron cómo se debilitaban las campañas de odio, que eran su fuerte, a favor de exhibiciones de contramoda y de sesiones de strippers por el decoro. Bueno, mi hermana cobró un buen, y ya se verá en la siguiente campaña de 2012.



Escritor

domingo, 12 de julio de 2009

'Peligro para México'

Por: CARLOS MONSIVÁIS

(DE LAS DIVAGACIONES DE UN EXPERTO EN MERCADOLOGÍA QUE TRABAJA EN EL PARTIDO ACCIÓN NACIONAL.)

La primera vez que lo vi me impresionó. Traía su fama consigo, y eso los subalternos lo captan luego luego. Él sonrió, lo que no tendría nada de particular salvo el hecho de que, según me dijeron, también tarifaba sus sonrisas. Bueno, apenas una semana en tierra de los aztecas y ya tenía a sus órdenes una operación gigantesca, hacer ganar a un hombre que no sobrenadaba en carisma, bueno, José María Aznar tampoco era un tablao flamenco y sin embargo ahí la llevaba bien hasta aquel día de marzo del atentado terrorista, pero, hombre, mi jefe se le había dicho: "Miente en abstracto y sólo cuando no te quede otra miente en concreto, que es allí donde te cachan". Ay, Pepe, pues qué te dio por mentir tan en redondo, que fue ETA, que

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A mí me tocó ser parte de los encuestadores sobre las predilecciones del mexicano. Tuvimos muchas reuniones y al cabo obtuvimos una verdad de a kilo: mexicano es aquel que odia por razones de espacio en el Metro a otro nacional; mexicano es aquel dispuesto a jurar ante el juez que otro mexicano, en las noches, extrae la caja de cenizas de su hermano y le cuenta lo mal que le caía. Eso murmuró mi jefe; según, el Spin Doctor (dígale publicista), es información privilegiada, la campaña se basaría en lo mal que se caen los mexicanos entre sí.

Convocó a una reunión alucinante de grupos focales. El tema: "¿Cuál es la frase que más provocaría el odio, el recelo, la gana de arrojar a un tipo por la ventana?". Hubo algunas interesantes: "Fulano es de los que le pegan a su mamacita el Viernes Santo./ Es un calumniador de la Selección Nacional, dice que va a ganar la Copa Mundial./ Es de los otros y cree que es de los nuestros". Interesantes, pero no convincentes. Y mi jefe recordó una ya usada con alguna fortuna: "Un peligro para México

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El mánager de campaña (le puede decir el publicista) evocó aquellos días de 2006. ¡Qué bonito fue! Sonrió, pero se acordó de que ya las sonrisas no entran en gastos de campaña, y mantuvo el gesto adusto. Algunos idiotas se opusieron a la consigna en los periódicos, pero nuestros amigos, los intelectuales independientes y críticos, se les fueron encima alegando que violaban la libertad de expresión. Y hasta el final la frase siguió.

Luego, hace como un año, el IFE cambió reglas diciendo que no se valía insultar. Pero, como dice el cliente: "Haiga sido como haiga sido"

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Acompañé luego a El Salvador al mago de la imagen (díganle mercadólogo), y lo vi hacer campaña por Arena, un partido al que se le pasa la mano de derechista. Llegó muy confiado y, según me cuentan porque no estuve en esas reuniones, hizo su jamboree de grupos focales, con el gran tema: "¿Qué es lo que más odia un salvadoreño?". ¡Qué curioso! Demasiados opinaron que lo que más odiaban era Arena. Ya se veía venir la catapulta. Y no tardó, ganaron los rojillos, y mi jefe se fue rapidito, a lo mejor para que no le pidieran que devolviera los anticipos. Caramba, para un Antonio Solá, es tiempo que le diga que así se llama el brujo de las campañas de odio, díganle Spin Doctor, una derrota es como un tatuaje en el inconsciente.

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Y ahora esto del 5 de julio. La campaña estaba bien pensadita. Con lujo de detalles y todavía más lujo de presupuesto. Había que encajonar al PRI, que era el rival; el PRD de Jesús Ortega es un chiste en expansión. Y como en el PRI son muchos y no se les podía aplicar lo de "un peligro para México", porque además ya lo habían sido 71 años, era mejor una llave de lucha libre, la quebradora o la tapatía. Ya el cliente, no nos oponemos a que le llamen Presidente, había dicho que el que no estaba con su política de exterminio y militarización estaba a favor de la delincuencia, no lo dijo así exactamente, pero cotejen las diferencias.

Entonces el David Copperfield de los mensajes subliminales (díganle rey de la reiteración) lanzó la campaña que ejecutó el jefe del PAN, don Germán Martínez, el que, en sus palabras, habla en superlativo mayestático: "Le pedimos que apriete las tuercas a la gobernadora, Amalia (García), no te rajes, porque el presidente Felipe Calderón no se raja y tienes que dar cuenta a los ciudadanos zacatecanos de lo que está haciendo en seguridad". O en una de sus expresiones más benévolas: "Las acciones del Ejército y la Policía Federal no llevan consigna electoral

Así que con Calderón o con El Chapo. Admítase que la disyuntiva era un peligro para México. Y mi jefe, el repartidor de odios (dígasele mercadólogo), estaba muy satisfecho. Esto mejoraba la despejización de México, obligaba a los priistas a apoyar a Calderón incluso con el voto, o fugarse cerquita de las Islas Caimán. Lo que esperábamos luego de las primeras intimidaciones era una rendición masiva, los priistas en las plazas tirando sus esclavas de oro y asegurando que jamás pensarían en arriesgar el patrimonio moral de sus hijos

¿Qué se hace en esos casos? Mi jefe, A.S., sonrió y murmuró: "Están perdidos, cayeron en mi trampa" (yo no lo oí, pero las paredes vuelan). Y esperamos el resultado, qué golpazo, qué manera de eludir responsabilidades, qué desprecio por las trampas semióticas, qué ignorancia. Han sido días de pesadumbre, pero qué se le va a hacer. Mi jefe no piensa renunciar, si no lo hace el difunto político de Jesús Ortega, por qué él que es mexicano recientito. Ya veremos.

domingo, 5 de julio de 2009

“Ni instituciones ni hombres, falla el sonido”

Carlos Monsiváis

Hartas de la frase (“No fallan los hombres, fallan las instituciones”), las instituciones han decidido intervenir. La frase puede decir lo que le venga en gana, por eso es muy corta para empezar, pero el descrédito que lanza sigue recayendo en las instituciones y no en los hombres, que desaparecen, atrapados por el olvido o por una memoria tan rencorosa que los identificaba con las instituciones. ¿Quién se acuerda, salvo los memoriosos de oficio, de la trayectoria de los gobernadores? Más bien, se culpa al clima y sus variaciones, o a la condición mortal de aquellos manifestantes, creo que venían de Atenco o de quién sabe dónde.

Y las instituciones ya parecen clones de otras instituciones. La tendencia unánime es culpar a las secretarías, como si no hubiese ocupantes, como si en sí mismas fuesen responsables de los hechos. La amnesia y el facilismo invertían la sentencia: “Si no existieran los hombres, fallarían cada vez más las instituciones”.

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Ante la situación, las instituciones se reunieron a decidir la estrategia. Era la primera reunión privada de las instituciones, que suelen negarse a perder su tiempo con otras de su índole. En la reunión, agitadísima, una institución respetable y tricentenaria emitió su docta palabra: “Nuestro desprestigio es inevitable mientras tengamos a los hombres de huéspedes. Su oficio es desprestigiar lo que tocan. A eso se han dedicado desde el Génesis. En cambio, las instituciones sólo han hecho el bien y sembrado el buen ejemplo. Muchos médicos quisieran ser como el IMSS, ¿pero cuántos quisieran ser toda la vida practicantes? Y voy más lejos: ¿quién ha sabido de una institución que robe, prevarique, cese a sus críticos, defraude, deje de trabajar nomás porque sí? No, las instituciones son perfectas, o no serían instituciones sino hombres y, ni modo, hay que hacerle caso a lo políticamente correcto, si no mujeres”.

El debate continuó por horas, y las instituciones argumentaron todas en el mismo sentido. La resolución era inapelable: las instituciones seguirían en su marcha ascendente, y ya sin mácula, al deshacerse de las personas que las infestaban y calumniaban. Un aplauso selló el pacto. Luego, en un intervalo de silencio, se escuchó una voz: “¿Pero podremos funcionar sin los seres humanos? Sobre todo aquellas instituciones que no están suficientemente computarizadas”. Sus palabras causaron un breve estupor, luego hablaron algunas instituciones dignas de crédito, y otras, las más desprestigiadas, consagradas a la seguridad pública: “¡Claro que podemos! Si son los hombres los que fallan, de pura rabia ante nuestra condición infalible. Habrá problemas menores pero de allí no pasa. Fíjense en el caso de las procuradurías. Cambian tanto de personal al año, que los hombres ni siquiera duran en sus puestos el tiempo suficiente para demostrar que fallaron.”

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Una institución de beneficencia pidió la palabra: “Está bien. Podremos continuar dando servicio, y muy eficaz, sin los hombres. Pero tómense en cuenta las consecuencias trágicas. Hasta ahora, los hombres también han dependido de las instituciones para conseguir trabajo. Sin nosotros, ¿cuántos andarían en las calles lavando parabrisas y pidiendo limosna? ¿Cuántos funcionarios dejarían de asombrar a sus dos o tres familias con el lujo y los guaruras? ¿Cuántas eminencias de hoy no disputarían su derecho al ambulantaje?”.

El discurso de filantropía caló hondo, y las instituciones se miraron unas a otras con desconcierto y pesar. Sí, cómo podían haber dependido de los hombres, tan ineptos, tan agotados en su pleito entre premisas y consecuencias. La molicie, el dejar que sus cuentahabientes les resolvieran algunos pequeños problemas, había influido en la mala opinión que se tenía de ellas. A punto de la autocrítica, cuando una institución se apoderó del micrófono: “Basta, compañeras. No se dejen llevar por el chantaje sentimental. Es cierto, gracias a nosotros millones de hombres consiguen empleo. ¿Pero no se beneficiarían muchos millones más si actuásemos con eficacia? ¿No es verdad que la burocracia, además de hacernos quedar mal, daña el espíritu de la humanidad al acostumbrarla al break, que ha impedido la continuidad de los trabajos y ha convertido las oficinas en espacios de la mirada ansiosa al reloj? Los hombres y, está bien, las mujeres deterioran nuestros edificios, que es como vulnerar nuestra entraña, proclaman que no la hacemos, se roban nuestros materiales y se ostentan como nuestros legítimos representantes, siendo que, como es obvio, las únicas representantes de las instituciones son las instituciones mismas”.

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Una institución que llevaba atuendo de viuda porque a cada rato se le morían sus pacientes, habló con indignación: “Si las instituciones fallaran como dicen, nadie podía estar seguro en los weekends. Pongo el ejemplo de las instituciones electorales, a lo mejor algunas podrían merecer la crítica, pero entonces se tendría que demostrar que si fueran perfectas alguien les haría caso. Un Tribunal Electoral puede intervenir descaradamente a favor de los intereses del partido político en el poder, pero si no lo hiciera, ¿en qué se entretendrían los quejosos? No es que el tribunal falle, sino que una de sus funciones es amenizar las reuniones con temas de queja que le sirvan a los presentes para creer que tienen indignación social”.

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El debate se prolongó por horas, y cuando ya se estaba a punto de tomar la decisión, una llamada a uno de los celulares aclaró el panorama. Aprovechándose de la reunión de todas las instituciones, los hombres las habían saqueado minuciosamente, habían pintado letreros obscenos en sus paredes y aseguraban en conferencia de prensa que si procedían así era porque las instituciones eran un desastre, y lo menos que podían hacer era tomarse una revancha. Y ante la catástrofe, lo más que pudieron hacer las instituciones fue renunciar a todo diálogo de concordia porque “los hombres fallan pero se aprovechan”, como afirmó muy dolida una institución de caridad.