domingo, 21 de junio de 2009

Profecía a la entrada del sorteo de las ruinas De la ciudad mexicana del siglo XXI

Por: CARLOS MONSIVÁIS

Tal vez sea más práctico un epitafio que una profecía. ¿Qué vaticinio se sostiene ante esa incógnita, desmedida, la ciudad latinoamericana del siglo XXI con su mezcla de alta tecnología y miseria, de globalización y perdurable explosión demográfica, de americanización y aferramientos nacionalistas? Por lo menos, ya sabemos a qué atenernos respecto a la gran ciudad latinoamericana del siglo XX. Casi por doquier, y con excepciones disminuidas por la sobrepoblación, el mismo paisaje interminable:

- el horizonte de las franquicias, de McDonalds a Blockbuster a Domino's Pizza;

- el infinito de las barriadas populares (chabolas, pueblos jóvenes, ranchos, colonias populares, ciudades perdidas, favelas) donde la lucha por la vida es una variable dependiente de los índices de empleo;

- el despilfarro y la ostentación de los edificios post modernos que reúnen la magia de lo hecho en serio y la fantasía de la fuga de la ciudad en que se vive rumbo a la ciudad idéntica en donde se desearía vivir;

- los embotellamientos donde el automovilista y los pasajeros de los autobuses se sumergen en el verdadero idioma del vértigo urbano, la lentitud... En materia de megalópolis, un método de negociación con la pesadilla es asilarse en el epitafio.

¿De dónde voy a sacar tiempo para hallar espacio?

Por sobre todas las cosas, las megalópolis latinoamericanas del siglo documentan la victoria del espacio sobre el tiempo. Tiempo habrá siempre, espacio ya no. Mientras las urbes se extienden hasta alcanzar la meta de lo inagotable, los habitantes se restringen a departamentos y casas pequeñas; los millonarios y los multimillonarios comparten el espacio amplísimo con sus medidas de seguridad y sus guardaespaldas y su certidumbre última: la soledad perfecta de un triunfador exige en el cuarto de al lado veinte personas convenientemente armadas. En las ciudades latinoamericanas del siglo XX se viajó de la convivencia familiar al autismo televisivo, del goce de los llanos al recuerdo vago de los cielos azules y las regiones transparentes, de la familia tribal a la familia nuclear, de la numerosa descendencia a la parejita de niño y niña o al hijo único, de la intolerancia a la tolerancia iniciada como resignación, del patio de vecindad como ágora al encuentro apresurado en el condominio, del culto a la honra a la estrategia del adulterio como revigorización del matrimonio, del aprecio de lo moderno a la metamorfosis de lo tradicional en lo bellamente decorativo, de la gana de provocar la envidia al miedo desvariado de incitar la codicia de los extraños.

¿QUÉ DE DÓNDE AMIGO VENGO? DE UNA TRADICIÓN QUE TENGO ESCONDIDA EN EL BURÓ
¿Cómo se seleccionan las tradiciones de los alejados del Centro? ¿Qué saberes acumulados, frustraciones, desencantos y esperanzas aguardan a los recién llegados a las ciudades? ¿Cómo se vive la conciencia del barrio (arquitectura incluida), y en qué se diferencia un barrio de un ghetto? ¿Cómo se adaptan e incorporan los migrantes a la movilidad social? ¿Y cuántos de ellos lo hacen?

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En el siglo XXI la unificación urbana lo es todo en América Latina, ya inevitable la ciudad única repartida en inmensas concentraciones demográficas donde circulan las mismas películas, se oye (en cerca de un 70 por ciento) la misma música, operan las mismas compañías trasnacionales, se padece la misma privatización salvaje, se sufren los mismos desastres ecológicos, se viven niveles semejantes de desempleo y subempleo, agravados ferozmente por la crisis.

EPÍLOGO DONDE SÓLO PARTICIPA LA CIUDAD DE MÉXICO

En el principio y ante la tardanza del dios cristiano, Huitzilopochtli y Tláloc, deidades aztecas, crearon los cielos, la tierra y los centros ceremoniales, y en la tierra (llamada así porque su componente mayor era el agua) la nación mexicana, un producto de la diosa Demografía, estaba desordenada, pero nunca carente de pueblo y de contenidos, y lo primero que hicieron los dioses en su empeño de beneficiar el aspecto de la primera ciudad fue crear un Centro, a sabiendas de su poder de convocatoria (la obligación mayor del Centro es trazar la existencia de los alrededores) y pronto Tenochtitlan estuvo poblada y ordenada a su modo muy de vanguardia y luego vino la creación de la Provincia para fomentar las migraciones a la gran ciudad.

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Asamblea de ciudades. Una ojeada somera a la acumulación de almas, recursos naturales, edificios, instituciones, calles sobrepobladas, estadísticas que bien podrían ser vagones concurridos del Metro; problemas acuíferos, movimientos sociales y políticos, asentamientos urbanos que en un descuido van a declarar su identidad genuina de ciudades en toda forma, desastres que o se previenen o se estimulan (ya va a dar lo mismo), cifras que aturden, cifras que exigen la vida entera para asimilarlas, ¿pero de veras vive junta tantas personas y tantos vehículos?; zonas administrativas que en su siguiente reencarnación serán megalópolis, tránsito que en su existencia anterior fue el Mar de los Sargazos, cuatro autos por cada diez personas (dato aproximado y ya congestionado), parque vehicular que se acrecienta anualmente con doscientos mil automóviles; problemas (graves) de contaminación, intensificación de la segregación socioespacial, asentamientos irregulares que se vuelven organismos regidos usualmente por la autoconstrucción; orgullos citadinos que culminan con los habitantes como especies en extinción, mancha urbana que en un descuido llega a la Frontera Norte disfrazada de migrante ilegal, automóviles de los que en un futuro tal vez cercano se dirá: "Eran el medio de transporte favorito en la ciudad, hoy son partículas del gran cementerio", automóviles que causan el 84 por ciento de la contaminación; burocracia cuyo ritmo de crecimiento ha sido más que superado por el desempleo, conciencia ciudadana que -no obstante el alud de apatía y cinismo- crece con regularidad, tolerancia que se vuelve crecientemente un "ecosistema" psicológico, moral y cultural, extravagancias que de tan multiplicadas ya no se advierten, violencia que es consecuencia del capitalismo salvaje, de la naturaleza humana, del neoliberalismo, del tamaño de la urbe y de los roces de la aglomeración...

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